Protección del menor.
Los
menores necesitan protección, ya que dependen de otras personas para satisfacer
sus necesidades y para su bienestar. Existen diversos sistemas de apoyo para
poder atender todas las necesidades de los niños; podemos encontrar sistemas de
apoyo informales, como la familia o las amistades y sistemas de apoyo formales,
como los servicios educativos o los servicios sociales.
La
responsabilidad principal en cuanto a la protección y el bienestar de los niños
es de los padres principalmente, pero se necesita la interacción de todos los
agentes existentes para posibilitar la protección del menor: todos, ya seamos
ciudadanos o profesionales, somos responsables de la protección de los niños y
debemos colaborar entre nosotros para protegerles de agresiones y garantizar
sus derechos y su bienestar.
En
ocasiones, los derechos de estos niños se ven afectados ya que alguno de los
sistemas de apoyo nombrados anteriormente no ejercen de forma correcta sus
funciones, o bien se abusa de los niños; pueden ser víctimas de agresiones
directas o de desatención por parte de los padres.
En
este caso, vamos a pasar a analizar la desprotección infantil desde la escuela.
La
protección infantil es una responsabilidad colectiva, por lo que precisamente
los agentes escolares tienen un papel fundamental en la identificación,
notificación e intervención de las situaciones de desprotección infantil. Esta
desprotección afecta enormemente al rendimiento escolar de los niños, y
precisamente es en las escuelas donde mejor se puede identificar la
desprotección, ya que los niños son vistos por personas ajenas a la familia a
diario. Los profesores están obligados a notificar a los Servicios Sociales sus
sospechas o pruebas de que un niño está sufriendo desprotección infantil,
además, no solo hablamos desde el punto de vista legal, sino que los
profesionales de la escuela tienen un sentimiento muy importante de
responsabilidad para/con los niños, y saben que pueden ser modelos a seguir
importantes para los pequeños, así como una fuente de apoyo, protección y
cariño. Por este motivo, los profesores sienten que tienen un compromiso
personal respecto a la protección y el bienestar de los niños.
Los
profesionales del ámbito escolar pueden reconocer la desprotección infantil
bien mediante los indicadores físicos (aunque la mayoría de situaciones de
desprotección infantil no tienen secuelas físicas en los niños) o mediante las
conductas de los niños. Las conductas son los indicadores más habituales;
cuando se observen conductas problemáticas, agresivas, de extrema pasividad o
cambios conductuales muy bruscos, los profesores han de preguntarse qué le está
ocurriendo al niño e intentar buscar respuesta a esta pregunta. Existen
listados de los indicadores conductuales y físicos que aparecen frecuentemente
en los niños que son objeto de desprotección/maltrato (se añaden en los
anexos), pero la identificación de la desprotección no se basa sólo en uno o
dos de estos indicadores, sino que debemos encontrar un conjunto de ellos que
formen un patrón.
Las
escuelas pueden ayudar a prevenir la desprotección infantil a través del
desarrollo de programas, tanto para los niños como para las familias.
Programas
para los niños:
- Habilidades de socialización: Aprender a
expresar sus necesidades y sentimientos, a pedir ayuda, a tomar decisiones y
resolver problemas…
- Habilidades de afrontamiento y
resolución de problemas
- Auto-protección: Aprender a defenderse
de las agresiones y evitar abusos sexuales.
Programas
para las familias: Muchos padres maltratadores y negligentes o en
situación de alto riesgo no tienen conocimientos suficientes o tienen
conocimientos erróneos acerca del desarrollo infantil, por lo que en muchas
ocasiones se crean las llamadas ‘escuelas de madres y padres’ para ayudarles a
aumentar sus conocimientos y habilidades y a su vez a sentirse más competentes
en su rol parental y descargarles del nivel de estrés que supone asumir este
rol.
Acoso al adulto
“El acoso escolar es la intimidación y el maltrato entre
escolares de forma repetida y mantenida en el tiempo, casi siempre lejos de la
mirada de personas adultas, con la intención de humillar y someter abusivamente
a una persona indefensa por parte de una persona acosadora o de un grupo
mediante agresiones físicas, verbales y sociales con la consecuencia de temor
psicológico y rechazo grupal” (guía para el profesorado sobre acoso escolar,
2009).
Siempre que hablamos de ‘acoso escolar’ tendemos a referirnos al
bullying o el acoso entre escolares. Sin embargo, existe otro tipo de acoso
escolar que pasa más desapercibido y del que apenas se habla: el acoso escolar
al adulto/ profesor.
Algunos profesores, dentro del aula, sufren humillaciones,
faltas de respeto, burlas, lanzamientos de bolas de papel, contestaciones
irrespetuosas e incluso maltrato físico. El problema de este desafío de la
autoridad del profesor o profesora es que por lo general los intentos por
erradicar esta conducta suelen fracasar, ya que son varios los menores que
obstaculizan el desarrollo normal de las clases y que agreden al profesor.
La agresión verbal y las faltas de respeto en muchos centros son
consideradas ‘faltas leves’, ya que hemos llegado hasta un punto en el que
estas agresiones forman parte de la vida diaria de los docentes. Las
consecuencias que se derivan de este malestar en la convivencia escolar se
manifiestan, sobre todo, en el ánimo de los docentes: de repente su trabajo
requiere estar en un continuo estado de alerta, que desgasta y agota. Lo peor
es que la sociedad, por lo general, no es consciente de la situación que se
vive en muchas aulas; sólo llegan los altercados de gravedad.
Cuando hablamos de acoso escolar a los docentes, la violencia
por parte de los escolares se intensifica. La violencia física contra el
profesorado se convierte en un “premio” para aquellos adolescentes que
convierten la convivencia en el aula en un pulso continuo contra aquellos que
pretenden educarles y prepararles para la vida adulta. Además, las agresiones a
los profesores no sólo se producen dentro del centro educativo y por alumnos
del mismo, sino que incluso se han dado casos en los que los profesores han
sido agredidos por amigos o familiares
de alumnos a los que un docente había regañado o suspendido. Pero la agresión
no sólo queda ahí, sino que además, en muchas ocasiones, cuando se llama a los
padres para hablar sobre la agresión que ha cometido su hijo o hija contra un
profesor, estos reaccionan también de forma violenta e intentan agredir de
nuevo al docente (a veces, incluso ante la presencia del Jefe de Estudios y el
Director)
¿Cuál es el problema principal? La indefensión de los
profesores. Docentes y familiares se han visto desbordados por un fenómeno ante
el que se sienten impotentes. Hasta ahora lo más útil para “solucionar” estas
agresiones ha sido la vía judicial, emprendida por las víctimas. Sin embargo,
algunas comunidades han ofrecido ayuda a los profesores agredidos o se han
creado grupos de policía especialmente dedicados a la vigilancia del entorno de
los colegios. Las comisiones de convivencia siguen trabajando para hacer
aceptable la convivencia en el aula, y los Departamentos de Orientación y la
intermediación funcionan a pleno rendimiento para evitar estos casos.
Queda mucho por hacer para evitar estos casos de violencia y
agresiones, pero está claro que si la sociedad toma conciencia de que hay que
intensificar la responsabilidad de las familias en la transmisión de valores y
hábitos saludables a sus hijos, y si el profesorado se siente comprendido y
apoyado frente a las agresiones y amenazas en el ámbito escolar, estaremos en
el buen camino.
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