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jueves, 26 de febrero de 2015

Protección del menor y Acoso al adulto (Noelia Pámpanas)

Protección del menor.

Los menores necesitan protección, ya que dependen de otras personas para satisfacer sus necesidades y para su bienestar. Existen diversos sistemas de apoyo para poder atender todas las necesidades de los niños; podemos encontrar sistemas de apoyo informales, como la familia o las amistades y sistemas de apoyo formales, como los servicios educativos o los servicios sociales.

La responsabilidad principal en cuanto a la protección y el bienestar de los niños es de los padres principalmente, pero se necesita la interacción de todos los agentes existentes para posibilitar la protección del menor: todos, ya seamos ciudadanos o profesionales, somos responsables de la protección de los niños y debemos colaborar entre nosotros para protegerles de agresiones y garantizar sus derechos y su bienestar.

En ocasiones, los derechos de estos niños se ven afectados ya que alguno de los sistemas de apoyo nombrados anteriormente no ejercen de forma correcta sus funciones, o bien se abusa de los niños; pueden ser víctimas de agresiones directas o de desatención por parte de los padres.




En este caso, vamos a pasar a analizar la desprotección infantil desde la escuela.

La protección infantil es una responsabilidad colectiva, por lo que precisamente los agentes escolares tienen un papel fundamental en la identificación, notificación e intervención de las situaciones de desprotección infantil. Esta desprotección afecta enormemente al rendimiento escolar de los niños, y precisamente es en las escuelas donde mejor se puede identificar la desprotección, ya que los niños son vistos por personas ajenas a la familia a diario. Los profesores están obligados a notificar a los Servicios Sociales sus sospechas o pruebas de que un niño está sufriendo desprotección infantil, además, no solo hablamos desde el punto de vista legal, sino que los profesionales de la escuela tienen un sentimiento muy importante de responsabilidad para/con los niños, y saben que pueden ser modelos a seguir importantes para los pequeños, así como una fuente de apoyo, protección y cariño. Por este motivo, los profesores sienten que tienen un compromiso personal respecto a la protección y el bienestar de los niños.

Los profesionales del ámbito escolar pueden reconocer la desprotección infantil bien mediante los indicadores físicos (aunque la mayoría de situaciones de desprotección infantil no tienen secuelas físicas en los niños) o mediante las conductas de los niños. Las conductas son los indicadores más habituales; cuando se observen conductas problemáticas, agresivas, de extrema pasividad o cambios conductuales muy bruscos, los profesores han de preguntarse qué le está ocurriendo al niño e intentar buscar respuesta a esta pregunta. Existen listados de los indicadores conductuales y físicos que aparecen frecuentemente en los niños que son objeto de desprotección/maltrato (se añaden en los anexos), pero la identificación de la desprotección no se basa sólo en uno o dos de estos indicadores, sino que debemos encontrar un conjunto de ellos que formen un patrón.

Las escuelas pueden ayudar a prevenir la desprotección infantil a través del desarrollo de programas, tanto para los niños como para las familias.
Programas para los niños:
-         Habilidades de socialización: Aprender a expresar sus necesidades y sentimientos, a pedir ayuda, a tomar decisiones y resolver problemas…
-         Habilidades de afrontamiento y resolución de problemas
-          Auto-protección: Aprender a defenderse de las agresiones y evitar abusos sexuales.
Programas para las familias: Muchos padres maltratadores y negligentes o en situación de alto riesgo no tienen conocimientos suficientes o tienen conocimientos erróneos acerca del desarrollo infantil, por lo que en muchas ocasiones se crean las llamadas ‘escuelas de madres y padres’ para ayudarles a aumentar sus conocimientos y habilidades y a su vez a sentirse más competentes en su rol parental y descargarles del nivel de estrés que supone asumir este rol.




Acoso al adulto

“El acoso escolar es la intimidación y el maltrato entre escolares de forma repetida y mantenida en el tiempo, casi siempre lejos de la mirada de personas adultas, con la intención de humillar y someter abusivamente a una persona indefensa por parte de una persona acosadora o de un grupo mediante agresiones físicas, verbales y sociales con la consecuencia de temor psicológico y rechazo grupal” (guía para el profesorado sobre acoso escolar, 2009).

Siempre que hablamos de ‘acoso escolar’ tendemos a referirnos al bullying o el acoso entre escolares. Sin embargo, existe otro tipo de acoso escolar que pasa más desapercibido y del que apenas se habla: el acoso escolar al adulto/ profesor.

Algunos profesores, dentro del aula, sufren humillaciones, faltas de respeto, burlas, lanzamientos de bolas de papel, contestaciones irrespetuosas e incluso maltrato físico. El problema de este desafío de la autoridad del profesor o profesora es que por lo general los intentos por erradicar esta conducta suelen fracasar, ya que son varios los menores que obstaculizan el desarrollo normal de las clases y que agreden al profesor.




La agresión verbal y las faltas de respeto en muchos centros son consideradas ‘faltas leves’, ya que hemos llegado hasta un punto en el que estas agresiones forman parte de la vida diaria de los docentes. Las consecuencias que se derivan de este malestar en la convivencia escolar se manifiestan, sobre todo, en el ánimo de los docentes: de repente su trabajo requiere estar en un continuo estado de alerta, que desgasta y agota. Lo peor es que la sociedad, por lo general, no es consciente de la situación que se vive en muchas aulas; sólo llegan los altercados de gravedad.

Cuando hablamos de acoso escolar a los docentes, la violencia por parte de los escolares se intensifica. La violencia física contra el profesorado se convierte en un “premio” para aquellos adolescentes que convierten la convivencia en el aula en un pulso continuo contra aquellos que pretenden educarles y prepararles para la vida adulta. Además, las agresiones a los profesores no sólo se producen dentro del centro educativo y por alumnos del mismo, sino que incluso se han dado casos en los que los profesores han sido agredidos  por amigos o familiares de alumnos a los que un docente había regañado o suspendido. Pero la agresión no sólo queda ahí, sino que además, en muchas ocasiones, cuando se llama a los padres para hablar sobre la agresión que ha cometido su hijo o hija contra un profesor, estos reaccionan también de forma violenta e intentan agredir de nuevo al docente (a veces, incluso ante la presencia del Jefe de Estudios y el Director)

¿Cuál es el problema principal? La indefensión de los profesores. Docentes y familiares se han visto desbordados por un fenómeno ante el que se sienten impotentes. Hasta ahora lo más útil para “solucionar” estas agresiones ha sido la vía judicial, emprendida por las víctimas. Sin embargo, algunas comunidades han ofrecido ayuda a los profesores agredidos o se han creado grupos de policía especialmente dedicados a la vigilancia del entorno de los colegios. Las comisiones de convivencia siguen trabajando para hacer aceptable la convivencia en el aula, y los Departamentos de Orientación y la intermediación funcionan a pleno rendimiento para evitar estos casos.






Queda mucho por hacer para evitar estos casos de violencia y agresiones, pero está claro que si la sociedad toma conciencia de que hay que intensificar la responsabilidad de las familias en la transmisión de valores y hábitos saludables a sus hijos, y si el profesorado se siente comprendido y apoyado frente a las agresiones y amenazas en el ámbito escolar, estaremos en el buen camino.

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